La Sagrada Familia, la Alhambra, la Mezquita de Córdoba, la Catedral de Santiago de Compostela o el teatro romano de Mérida, por nombrar tan solo algunos de los lugares emblemáticos más concurridos del país, se convierten cada año en el destino de peregrinación para turistas (nacionales y extranjeros), demostrando que nuestro patrimonio cultural es un digno reflejo de la basta historia y confluencia de culturas que, desde tiempos del imperio romano, todavía perdura entre nosotros en forma de legado artístico.
Cada país cuenta con una serie de espacios de visita obligada. Para aquellos adictos al selfie con el monumento en cuestión a las espaldas, no puede haber visita a Nueva York sin haber posado junto a la Estatua de la Libertad, o puede resultar escandaloso irse de París sin haber visto de cerca la Torre Eiffel. Del mismo modo en el que toda visita a Los Angeles conlleva su pertinente foto ante el cartel de Hollywood, por suerte o por desgracia existe entre nosotros un conjunto monumental que demuestra que, en cuanto a la memoria histórica, España es un país que aún tiene que aprender mucho para llegar a ser todo lo europeo que se pretende.
Oda de piedra al franquismo
Evidentemente, el sitio en cuestión no es otro que el Valle de los Caídos, el pantagruélico mausoleo de un dictador que en su momento quisieron vender como el símbolo de reconciliación entre los dos bandos enfrentados durante la Guerra Civil. Franco, que en temática de relaciones públicas iba más bien justito, se explayó de lo lindo concibiendo el lugar como una exaltación del honor de todos aquellos que habían muerto en tan gloriosa gesta. Imaginemos Berlín con un mausoleo dedicado a Hitler. Pues eso es lo que sucede en esta nuestra España querida.
Tal y como describía Paul Preston en su libro 'Franco', y como tratando de emular las faraónicas construcciones del antiguo Egipto, se tardó cerca de 20 años en llevar a cabo la total elaboración del lugar. Las obras, iniciadas el 1 de abril de 1940, poco tiempo después de la victoria nacionalista, se alargaron hasta 1958. Durante todo ese tiempo se construyó el monasterio, se excavó la basílica de 259 metros de longitud y se alzó la cruz de 159 metros altura. Todo ello en una ladera del valle de Cuelgamuros donde Franco pretendía dejar un sello perenne en nuestra cultura, como si el hecho de convertirse en el Caudillo no fuese suficiente como legado. Además, había que soportar ese esperpéntico monumento de piedra que viene a simbolizar el ego desmesurado de un pequeño dictador acomplejado.
Afortunadamente, y demostrando que todavía podemos tener algo de esperanza en la humanidad, el Valle de los Caídos no figura entre los lugares más visitados del país. Sin embargo, eso no quiere decir que el hecho de que aquella gigantesca cruz siga manteniéndose impasible en la sierra de Guadarrama continúe siendo, a día de hoy, motivo de polémica y uno de los asuntos a tratar en el Parlamento.
La elevada cifra de mantenimiento
La última vez que ese monumento al franquismo (cada cosa, por su nombre) fue objeto de debate entre parlamentarios, fue este mismo mes de febrero, con motivo de la exposición de Carles Mulet, portavoz de Compromís en el Senado, quien tal y como informaba El Diario, hizo "pública la respuesta dada por el Gobierno central, después de reiteradas peticiones por vía parlamentaria para saber el coste que ha tenido para las arcas públicas las reformas efectuadas durante los cinco últimos años en el conjunto del Valle de los Caídos".
Porque sí, vivimos en un estado de derecho donde parte de los presupuestos generales anuales destinados a la Administración del Patrimonio Histórico-Cultural (que en 2017 recibía una dotación de 108,85 millones de euros, un 13,7% menos que en 2016), sirve para mantener viva la llama de la historia más negra de nuestro país. En concreto, y tal y como Mulet expuso teniendo en su poder las cifras oficiales proporcionadas por el Gobierno central, el gasto anual al que se enfrenta el Valle de los Caídos es de 1.836.325,33 euros, desglosados en 1.045.000€ para gastos de personal, 327.722,78€ en gastos corrientes en bienes y servicios, 340.000€ en transferencias corrientes y 123.602,55€ en inversiones. Sin embargo, los datos hablan de una serie de gastos de mantenimiento y reformas extraordinarias que, entre 2012 y 2017, han alcanzado los 1.497.076,25€ del capítulo VI como inversiones, más 308.047,57€ como gastos corrientes del capítulo.
Teniendo cuenta todos estos gastos extraordinarios, y partiendo de que un ejercicio anual dentro de la normalidad ya supone un gasto de más de 1,8 millones, resulta aberrante pensar que desde 2012 la media anual destinada al Valle de los Caídos supera los dos millones de euros. En estos casos aquello de hacer populismo no estaría bien, pero que cada uno piense a cuantas otras cosas podría ir destinada dicha cifra.
A favor de la Memoria Histórica
La figura de Mulet en el Senado ha sido clave para la recuperación de la memoria histórica. Un claro ejemplo es el Proyecto de Ley de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Franquismo y de la Memoria Democrática del Estado español, que él mismo coordinó y que fue presentado por Compromís en el Senado en el mes de noviembre de 2017. En el texto, de 41 artículos, se propone una reivindicación de los derechos de todas aquellas víctimas del franquismo, material y simbólicamente hablando, abogando por la Memoria Histórica eliminando de una vez por todas todos aquellos símbolos franquistas que, aún en la actualidad, permanecen entre nosotros.
Por lo que se refiere a los gastos extraordinarios del Valle de los Caídos, el propio Mulet alegaba que solo se habían destinado para la detención del deterioro del lugar, dejando a un lado otras de las recomendaciones que se habían propuesta, entre las que se encuentra algo tan significante como la nueva resignificación del lugar para convertirlo en un espacio digno en recuerdo a todas las víctimas de la Guerra Civil, labor en la que se incluye la exhumación de cuerpos y devolución a los familiares de las víctimas.
Sin embargo, y teniendo en cuenta que Franco sigue ocupando un espacio privilegiado dentro de la basílica (donde también yacen los restos de José Antonio Primo de Rivera), queda demostrado que todavía queda mucho por hacer para borrar del mapa cualquier exaltación franquista en la España de 2018. Porque para muchos, parece ser que Franco aún no ha muerto.