Las autoridades afganas se han volcado en la búsqueda de un hombre acusado de cortar, presuntamente, las orejas a su mujer en un ataque de violencia de género.
El suceso ha tenido lugar en la provincia de Balj, al norte de Afganistán, donde la mujer residía con su marido desde hacía dos meses. La víctima, Zaranina, una mujer de 21 años, denunció el hecho en el hospital pidiendo a las autoridades judiciales y policiales que arrestasen a su marido y que garanticen que será procesado.
Según ha relatado Zarina, su marido se abalanzó sobre ella en un ataque de celos y le cortó las dos orejas con un cuchillo, dándose después a la fuga. "Mi marido siempre me trata mal. No me autorizaba ni siquiera a visitar a mis padres. Es un hombre muy desconfiado y con frecuencia me ha acusado de hablar con hombre extraños cuando visito a mis padres", confesaba la mujer en una entrevista para Tolo, la televisión local.
La tía de la víctima, Hamida, ha relatado que el hombre se casó con Zarina cuando tenía "solo catorce años", yéndose a Irán "una semana después de la boda". El hombre volvió a su país hace dos meses, por lo que el periodo conyugal se limitó a ese tiempo.
La joven permanece ingresada en un hospital de Mazar y Sharif, donde se recupera lentamente. Los médicos han confirmado que se encuentra bien y que evoluciona favorablemente. Por su parte, las fuerzas policiales han asegurado que encontrarán al agresor para que se haga justicia.
Las vulneraciones de los derechos de la mujer en Afganistán
No es la primera noticia sobre violencia de género en Afangistán que conmociona a la opinión mundial. Recientemente, una mujer era decapitada en plena calle por el simple hecho de pasear sola por un mercado.
El suceso tuvo lugar el Lati, una de las ciudades del país ocupada por los talibanes, regidos por la estricta ley sharia, la cual prohibe a las mujeres salir de casa sin un acompañante masculino.
Esta doctrina no solo restringe las salidas del domicilio, sino que impone a las mujeres medidas como el uso del burka, pieza de tela que cubre todo el cuerpo, incluidos los ojos. Tampoco pueden trabajar o acudir a la escuela pasados los diez años.
Todo ello sitúa a las mujeres en una posición de vulnerabilidad, que acaba condenándolas a los matrimonios forzados con hombres que triplican su edad. La mayoría de ellas acabarán sometidas a su marido, que las utilizará como una esclava.