Francia vive un nuevo momento de tensión con el mundo islámico. La gestión del presidente Emmanuel Macron del asesinato del profesor Samuel Party, a quien degollaron por exhibir una caricatura de Mahoma en su clase, ha generado una tensión internacional casi sin precedentes para el país galo.
La respuesta del presidente no ha pasado desapercibida: exhibir las caricaturas en varios edificios de París. Las protestas han tenido lugar en varios países musulmanes como Bangladesh, Pakistán o Palestina, donde se han quemado banderas de Francia y fotografías del presidente.
Todo ello ha terminado con una respuesta institucional, con el presidente turco lanzando un pulso a Francia llegando a dudar de la salud mental de Macron en una rueda de prensa. Paris ha llamado al embajador turco a consultas y Merkel ha condenado públicamente las declaraciones del presidente turco. Sin duda, la tensión crece con uno de los actores más complicados para la UE.
Todo esto ha terminado con un atentado en el día de hoy, jueves 29 de octubre, tres muertos y varios heridos en un atentado contra una iglesia de Niza, en un suceso que a todas luces está relacionado con esta ola de tensiones y que remite al incremento de la violencia que se registró tras el auge del Daesh en Siria e Irak.
Francia como sociedad intercultural y la importancia de desinflamar: el modelo sí ha funcionado y hay un elemento crucial que desestabiliza
La Francia heredera de las colonias en el norte de África y en algunos enclaves de Oriente Próximo como Siria ahora se ve obligada a incorporar a la migración procedente de estos países cuando se ve con la necesidad de buscar unas condiciones dignas.
Es lo que ha sucedido con todas las metrópolis en las que se comparte idioma o cultura y, sino, que se lo digan a España y Latinoamérica o Reino Unido (ese país que da lecciones a otros sobre colonizaciones y que durante décadas dejó de lado a la generación Windrush, la mano de obra que importó entre los 40 y 70 para levantar su propio país tras décadas de saqueo en las colonias).
La situación con Francia también es paradójica. En Oriente Próximo firmaron acuerdos con Reino Unido separando a familiar y territorios para repartirse las tierras en función de sus propios intereses, el Sykes Picot. Se firmó en 1916 y ha quedado en el imaginario de los árabes hasta la fecha, hasta el punto de que el Daesh agita su memoria para sumar adeptos a su causa extremista.
En el Norte de África, la colonización creó castas donde la población originaria era tratada como ciudadanos de segunda y los llegados eran privilegiados. Todo esto creó el caldo de cultivo, por ejemplo, para que en Argelia surgieran milicias como el Frente de Liberación Nacional (FLN), un cuerpo de 'muyahidines' extremistas que acaparó a gran parte de la población y sumió al país en una situación precaria durante décadas de la que parecen haber escapado durante los últimos años.
El final de esa desconolonización y la llegada de una migración a Francia dio el germen a una sociedad intercultural, con cierta mezcla entre civilizaciones que se apreciaba en medios de comunicación y que se ponía como ejemplo a nivel internacional. Presidentes de la derecha como Sarkozy o Chirac; y también el socialista Hollande fueron defensores de este modelo de alguna u otra medida, ya que el Daesh, con sus objetivos, finalmente lo dinamitó.
La Francia intercultural ha funcionado durante décadas y si ahora se está tensionando se debe, sobre todo, a un elemento que desestabiliza, los tentáculos del extremismo islámico que están intentando actuar a la par que pierden territorios en Siria e Irak.
Garantizar la libertad de expresión es fundamental en las democracias occidentales, ya que estos grupos no pueden ganar la batalla en ningún caso y menos por los medios con los que pretenden imponerse. Pero sí parece que es necesaria una acción para desinflamar la crisis, sobre todo cuando la sombra de la oleada de atentados que se vivió entre los años 2015 y 2016 permanece en la retina de los franceses. Y se trata de pérdidas humanas, de vivir el día a día con miedo. El pánico a perder la vida por el simple hecho de realizar una acción cotidiana como desplazarse a un templo de culto.
El espejo de España
España, en este caso, no representa un modelo a nivel internacional. Tampoco somos la excepción europea como en el pasado, ya que tenemos una ultraderecha en las instituciones, pero sí que nuestro pasado marca nuestro carácter (nuestra cultura e historia se debe en parte a los musulmanes, nuestros monumentos nacionales, como la Alhambra o la mezquita de Córdoba, también lo son, y tenemos territorios, Ceuta y Melilla, con mayoría de esta religión).
En este caso, las respuestas que se han dado hasta la fecha remiten a las autoridades del PP, con Mariano Rajoy en la Moncloa y Carles Puigdemont en la Generalitat durante los atentados del 17 de agosto en Barcelona y Cambrils.
En aquella fecha, se buscó una fuerte implicación de la Comisión Islámica de España en las movilizaciones, de manera que el enfoque sobre el atentado no se vinculara con la religión en sí misma, si no con una secta radical muy alejada del islam mayoritario que al final es lo que representa el salafismo (un movimiento totalitario ultraconservador surgido en Arabia Saudí durante el siglo XIX y que defiende el islam más rigorista a través de la violencia).
Para resumir y hacerlo 'sencillito': decir que todos los musulmanes son yihadistas es como decir que todas las personas de derechas comulgan con el nazismo de Adolf Hitler. Absurdo, como poco. Esta es la estrategia que ha intentado seguir el Gobierno de España en contraposición a Francia últimamente, que ha sido un "ellos contra nosotros".