El Estado español, tal cual lo conocemos, se engendra en las negociaciones surgidas tras la muerte del dictador Francisco Franco y la creación del diálogo entre diferentes sensibilidades políticas y sociales para alumbrar, dentro del período de Transición, la que ha sido y es mayor obra de arte de la política española contemporánea: la Constitución española de 1978.
La Constitución configura el ordenamiento territorial en diecisiete Comunidades Autónomas y dos Ciudades Autónomas, acuerdo al que llegaron los padres constitucionales por la mínima, ya que éste fue uno de los temas que más tensó las negociaciones entre bloques, derecha e izquierda, y que finalmente se alumbró gracias a la voluntad de diálogo, acuerdo y cesión que todos ellos mostraron durante aquellos largos y trascendentales meses.
Tras 42 años, la Constitución permanece intacta como garante de una España libre y democrática pero, por mucho que se intente justificar, necesita urgentes reformas que la adecúen al actual estado de la política; pero, sobre todo, que la dote del vigor necesario para seguir erigiéndose en la constitución en la que todos los ciudadanos que bajo su paraguas viven se puedan sentir representados: no solo hablo de conflictos territoriales, también me refiero a los generacionales. No hay que tener miedo a reformar la Constitución porque esta es una obra que se da y sirve al pueblo, el cual no es estático sino que avanza y se reformula, especialmente en estos tiempos líquidos, a velocidad de vértigo.
¿Para qué queremos una Constitución estática, incapaz de evolucionar, de acompasar sus dictados al sentir de los ciudadanos a los que se debe? He aquí la cuestión principal, pues en ningún sitio está escrito que respeto y modificación sean incompatibles y, mucho menos, cosas opuestas. Lo que venía a decir es que ya vamos tarde a la hora de repensar nuestro modelo territorial, el término federalismo viene del latín, foedus, que significa pacto, alianza o unión.
"Unidas en la diversidad"
El federalismo, en palabras de Denis de Rougemont -escritor y filósofo que aportó una riqueza incalculable al estudio y entendimiento del federalismo -, "es el amor a la complejidad, no a la complicación". Si a esta sabia reflexión unimos la del profesor Díaz Carrera, el cual entiende el federalismo como "unidad en la diversidad", rápidamente podeos hacernos a la idea de lo que estamos hablando. España en el siglo XXI, para ser más precisos, hoy, buscando un enclave territorial y generacional que se acomode a las demandas sociales.
Es verdad que el estado autonómico español se inscribe en la órbita del federalismo, pero amaga sin dar. Es decir, el pacto de mínimos del que hablábamos antes nunca se retomó para hacerlo avanzar y culminar en su estado natural; ya que las autonomías fue un híbrido, por no llamarlo invento, que no encuentra comparación en ningún otro país. Al afirmar esto, lo cual dicen los más prestigiosos expertos constitucionales y federalistas, podemos rematar asegurando que España ya es un Estado cuasi federal, luego entonces ¿por qué tanto revuelo a la hora de proponer esta reforma constitucional? Si el federalismo se aplica en la política, por primera vez, en la revolución americana y después en numerosos países, todos ellos con notable éxito territorial, ¿por qué no hacerlo aquí? Probablemente estemos ante el miedo al cambio -estatu quo- , algo inherente al ser humano, y también ante los escotomas que asoman más pronto que tarde en los políticos que piensan más en su ideología que en su país.
Así, la evolución natural del sistema autonómico actual al sistema federal que se propone, podría ser la nueva transición hacia un Estado en el que todos sus componentes se sientan más a gusto. Las competencias territoriales no serían excesivamente diferentes, la Constitución seguiría siendo la norma suprema, pero los Estatutos autonómicos se desarrollarían más, lo que traería aparejada la tan necesaria reforma del Senado para que, entonces sí, fuese la Cámara territorial con la importancia que merece el tema. Es más, incluso podría evitarse la anomalía actual, en la que gobierno autonómico y nacional dialogan de forma bilateral haciendo caso omiso a la Conferencia de Presidentes, que en estos momentos es el foro pertinente para hablar de lo que al estado autonómico se refiere.
Una evolución natural
Si bien es cierto que esta reforma podría ser utilizada por algunos partidos para encajar el término "plurinacional", algo sobre lo que podríamos charlar en otro artículo, pero que activa las alarmas de los sectores más conservadores de la política. Tengan razón unos u otros, el debate sobre cualquier tema o término, siempre que esté dentro de los cauces legales, es sano y muestra una formidable salud democrática.
Tendrá, porque se agotan los tiempos políticos, que ponerse en marcha esa reforma, la cual saldrá o no, pues lo decidirán en primera instancia los políticos y, en segunda, el pueblo mediante referéndum, pero sería un error garrafal iniciar el debate con la duda de si nuevo estado federal debiera ser asimétrico o simétrico, porque si desde el principio vamos a viciar la reforma y a beneficiar a unos en detrimento de otros, mejor nos quedamos así.
La España federal ya está aquí, tan solo se esconde tras el estado de las autonomías, pero una vez más, serán los políticos en estado de letargo los que tengan que pulsar el botón de la evolución; una evolución justa, equitativa, moderna y democrática.