Los resultados de la primera vuelta en Chile, considerado como paradigma del país mejor consolidado a nivel institucional en Latinoamérica con permiso de Costa Rica, suponen la mayor consolidación del panorama polarizador que se impone en el discurso político internacional desde el auge de Donald Trump en 2016. Pero, también, la consolidación de un 'germen' que lleva gestándose desde octubre de 2019 y que posteriormente comentaremos.
La victoria de José Antonio Kast, un candidato ultraderechista de 55 años, nostálgico del régimen de Pinochet, se ha consolidado con un discurso en el que priman los estandartes del orden y la seguridad. Consiguió la mayoría de las papeletas, con un 28% de los votos.
"Tenemos un proyecto de mayoría. No hemos ganado nada todavía, el 19 de diciembre será el gran día", aseguró, a la espera de la segunda vueltas de los comicios. En ellos, se batirá con su rival, Gabriel Boric, de 35 años, labrado en las luchas estudiantiles y representante de una coalición de izquierdas en la que se intregra el partido comunista. Obtuvo el 25,5% de los votos.
A pesar de que ambos no han conseguido aglutinar grandes mayorías, el resultado pone de relieve la dificultad de lograr una candidatura de moderación o centrista a la hora de aglutinar fuertes resultados electorales en el actual contexto.
Los perfiles o trayectorias de Kast y Boric son completamente antagónicas. El primero ha impuesto el miedo al caos y proviene de la UDI, el partido derechista más cercano al dictador Pinochet, hasta que rompió para formar sus propias estructuras. Boric, por su parte, bebe de las protestas estudiantiles de 2011 y saltó de las calles al Congreso. Si gana finalmente, será la persona más joven que llega al Gobierno.
Ninguno pertenece a los partidos tradicionales y esto implica, también, la ruptura con el sistema tradicional de partidos, pero también un corte con el discurso y la conversación tradicional; una nueva retórica política que es análoga con la que se instala en muchas democracias occidentales, donde la polarización y la confrontación política no dejan lugar a las medias tintas.
El 'germen': Protestas de octubre de 2019, brecha social y estallido de violencia
En este contexto, cabe destacar el punto de inflexión que supuso el estallido social de las protestas de octubre de 2019. Miles de personas empezaron a movilizarse contra la decisión del presidente Sebastián Piñera de subir el precio del transporte público, con una acción que se inició con el mero hecho de 'colarse' en el Metro y terminó incendiando las calles, con la quema de estaciones de transporte, saqueo de supermercados y ataques a instalaciones públicas.
El Gobierno llegó a decretar el estado de emergencia y decretar un toque de queda, pero finalmente tuvo que recular ante la imposibilidad de controlar el estallido social que tenía enfrente. Por ello, derogó el incremento del transporte y pidió perdón con "humildad". Pero el problema no estaba en el precio del Metro.
Chile ha basado su modelo, desde la época de Pinochet, en un fuerte sistema neoliberal que ha generado una gran desigualdad social entre sus ciudadanos. El informe Panorama Social de América Latina de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ya señaló eme 2017 que el 1% más adinerado se quedó con el 26,5% de la riqueza mientras que el 50% de los hogares solo accedió al 2,1% de la riqueza neta del país.
Los salarios, además, siguen siendo precarios y hacen complicado asumir incrementos de costes, más aún si se tiene en cuenta que el sistema público de transporte chileno es uno de los más caros en función del ingreso medio (hay familias que llegan a gastar casi un 30% de su sueldo).
Con este dilema social, el estallido de la violencia llevó a Piñera a una reacción tardía, a juicio de sus críticos. Tanto a nivel social, como de seguridad. De hecho, sus ministros invitaban a tomar el metro más temprano para ahorrar costes, lo que se asumió como "falta de empatía".
Respecto a la tensión, el Gobierno se limitó a amenazar con la Ley de Seguridad del Estado, sin abordar el fondo, y calificar a los manifestantes como "delincuentes". De hecho, la escalada fue lenta, con grandes momentos en los que se pudo reaccionar y en los que hubo enfrente mucha dosis de tecnocracia y represión.
La combinación de fuertes demandas sociales desatendidas y la sensación de falta de seguridad en las calles por un gobierno al que se percibe como incapaz a la hora de reaccionar (por ejemplo, atajando el problema de raíz, ateniendo a las demandas), ha llevado a una creciente polarización de la sociedad: quienes añoran el orden total y quienes se escudan en la máxima de la protección social. Ahora, Chile enfrenta el futuro inmediato de una manera especialmente incierta.