Aunque parezca sorprendente, al alargador de pene tiene una dilatada historia a través de los últimos siglos, y es que los problemas eréctiles siempre han existido a lo largo de la historia. Pero la función para la que este 'gadget' fue creado no era para alargar centímetros, sino como remedio para la impotencia.
El alargador de pene tal y como lo conocemos nació allá por 1874 como invento del doctor estadounidense John King. En su diseño original era una simple bomba que hacía vacío sobre la zona, lo que llevaba la sangre al pene y provocaba una erección. Sin embargo, esta deseada erección desaparecía nada más retirar la bomba, así que no era práctico.
No obstante, la idea no se abandonó. Varias décadas después, en 1917, el inconveniente de las efímeras erecciones se consiguió solventar. El sanitario austriaco Otto Lederer, patentó un objeto destinado a personas impotentes, las cuales podrían mantener relaciones sexuales con penetración mientras usaban el dispositivo. El producto era un anillo que se colocaba en la base del pene, conectado a un manguito que hacía vacío sobre dicho anillo. De esta manera la sangre entraba en el falo, produciendo una erección. Además, a diferencia del primer invento, la erección se mantenía durante más tiempo al retirar el objeto.
La revolución sexual de los 60
Estos aparatos tomaron impulso con la revolución sexual occidental de los 60. El mundo del sexo comenzó a ser menos tabú de la manos de los juguetes sexuales y la autoexploración. Por lo que las bombas de vacío comenzaron a ser vistas con otros ojos y para otros propósitos. Probablemente gracias al afán de vender y ampliar el 'target' de venta, estos productos se fueron comercializando también como alargadores.
Sin embargo, no fue popular hasta los años 70, cuando el primero, tal y como lo conocemos fue comercializado bajo el nombre de ErecAid. El inteligente emprendedor, Geddins D. Osbon, dijo (probablemente para vender) haber usado su dispositivo durante años sin fallos. Porque qué mejor estrategia de mercado que la de aprovecharse de inseguridades estéticas.
Acabó recibiendo el visto bueno de la FDA (la oficina estadounidense de alimentos y medicamentos) en 1982, con la negativa de una parte del sector médico. Hasta nuestros días llegan voces que afirman que el alargador de pene es bastante útil a la hora de tratar la disfunción eréctil, afirmación que apoyan desde la Asociación Estadounidense de Urología. Actualmente, son productos comunes en 'sex shops' y la famosa 'teletienda'. Las versiones modernas incluyen motores eléctricos entre otras novedades.
También usado por hombres trans
Con los nuevos tiempos, las bombas de vacío se han ido adaptando a distintas necesidades. Recientemente han despertado el interés en la comunidad de hombres trans, pues a parte de conseguir un crecimiento en los genitales a través de la testosterona, muchos aseguran que dándole al manguito todos los días se consiguen mayores resultados.
Esta popularidad llegó con el doctor Toby Meltzer, el cual es experto en operaciones de cambio de sexo de vagina a pene. Una de estas operaciones, llamada metoidioplastia, consiste en crear un pequeño pene aprovechando el crecimiento del clítoris durante el tratamiento con testosterona. Sin embargo, según Meltzer, si aplicáramos el alargador, los resultados serían mejores.
¿Funciona o no?
Somos muchos los que tenemos serias dudas sobre su efectividad en cuanto al tamaño del pene. Un estudio realizado en la Universidad de Teherán,instó a 37 hombres a aplicarse la bomba de vacío tres veces a la semana durante seis meses. EL resultado fue que de media el pene flácido había pasado de medir 7,6 a 7,9 centímetros. Un resultado positivo, pero ínfimo.
En conclusión, este aparato tiene una larga historia y sus usos han variado con los años. Se trata de un producto cuyo uso puede dar resultados, pero quizá imperceptibles. Como otros productos de estética, sus vendedores se nutren de las inseguridades de los compradores en una sociedad falocéntrica en la que el tamaño del pene se considera directamente proporcional a la masculinidad.