"El resultado es muy malo", reconoció Pablo Casado tras conocerse los resultados de las elecciones generales del 28 de abril. No es para menos y es que el Partido Popular enfrenta una debacle histórica que le sitúa a casi la mitad de escaños del PSOE con más de tres millones de votos menos. El varapalo ha sido mayúsculo, pasando de 137 a 66 diputados, perdiendo casi la mitad de su electorado. El gran derrotado de la jornada electoral ha sido, sin duda, el PP.
Ante estos resultados, solo cabe analizar qué ha pasado, qué se ha hecho mal. Porque la situación es verdaderamente preocupante. En Cataluña, el PP se ha quedado al borde de la extinción, pasando de seis a un solo escaño para la polémica Cayetana Álvarez de Toledo. En el País Vasco el golpe ha sido mayor, donde se queda sin ninguno de los dos escaños que había logrado en 2016. Los conservadores desaparecen de Euskadi dejando fuera del Congreso a Javier Maroto, vicesecretario de Organización y uno de los hombres de confianza de Casado.
El líder de los populares ha asegurado que se van poner a trabajar desde ya "para recuperar ese apoyo" proclamándose como líder del centro-derecha . No obstante, ha recalcado que este espacio convierte en una opción "difícilmente ganadora" con la fragmentación: "Con más votos, o igual cantidad de votos, hemos tenido muchos menos escaños, por eso propusimos acuerdos preelectorales, hacia Ciudadanos en el Senado y con VOX en el Congreso, el tiempo nos ha dado la razón".
En cualquier caso, el Partido Popular atraviesa una de sus peores crisis, por lo que ha de sentarse a analizar los resultados y determinar qué es lo que les ha llevado a esta situación. Hacer autocrítica y cambiar el rumbo resultará fundamental para reponerse de los peores resultados de su historia.
Radicalización de su discurso
Después de la moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy del Gobierno, el Partido Popular abrió un proceso de primarias, las primeras de su historia, para elegir a un nuevo presidente. Frente a Soraya Sáenz de Santamaría, exvicepresidenta y mano derecha del gallego, Pablo Casado salió elegido gracias a los votos de los compromisarios pese a que la militancia se decantó por la primera.
Con la victoria de Casado, el PP vivió un claro viraje a la derecha. En mitad de la crisis independentista catalana, la derecha ha utilizado esta tensión para configurarse como únicos salvadores de la patria, comenzando una batalla para ver quién es más y mejor español. Así, poco a poco el PP fue abandonando el centro del tablero para acercarse peligrosamente al discurso de VOX, con los que no tuvieron reparo en pactar en Andalucía para alcanzar el gobierno de la Junta.
Con Pablo Casado, el PP ha llegado a abrazar el populismo, blanqueando a la extrema derecha y presentando al PSOE, histórico partido, como enemigo del Estado, llevando a cabo una campaña basada en la crispación y en la descalificación. El querer parecerse más a VOX que a los españoles de centro-derecha ha acabado pasando factura a los populares.
Fragmentación de la derecha
Históricamente ha sido la izquierda la que ha pecado de división. El PP siempre se ha configurado como única opción de la derecha pero, con la ruptura del bipartidismo, la cosa cambió. Ciudadanos se presentó como un partido de centro, pero tras decantarse por la derecha, comenzó a captar votantes populares. La cosa se complicó, además, con la irrupción de VOX desde el ala más extrema, por lo que el resultado de las urnas no es de extrañar.
Tres partidos compitiendo por un mismo segmento ideolígico pasa factura. Máxime cuando estos tres partidos acaban pareciéndose borrando unas líneas diferenciadoras que serían clave para captar votantes. Si además tu discurso se basa en polarizar a la sociedad, acabarás convenciendo a una parte de tu electorado de optar por la radicalidad, por lo que han acabado viendo con buenos ojos a Santiago Abascal.
Los datos hablan por sí solos. El PP ha perdido 3.550.162 votantes mientras que Ciudadanos y VOX han sumado 3.690.004 nuevos, con los 2.677.173 de votantes a los que ha convencido la extrema derecha, y el 1.012.831 que han sumado los naranjas frente a las elecciones de 2016, cuando obtuvieron 3.123.769 votos.
Ciudadanos ocupa su espacio
Más allá del PSOE, la otra fuerza política que ha salido victoriosa de los comicios ha sido Ciudadanos. Los liberales ha conseguido 57 escaños, 25 más que en las elecciones de 2016. Con estos resultados, se hacen con un 15,86% de los votos, situándose a menos de un punto de los populares. Con ello, los naranjas ganan territorio quedándose muy cerca de adelantar al PP como alternativa de Gobierno.
Pese a que Albert Rivera ha decidido llevar a su partido hacia la derecha, el haberse vendido tanto tiempo como formación de centro podría haber surtido efecto al presentar una moderación que el PP ha perdido con su virage a la derecha más radical. Además, en la crisis de Cataluña, determinante en las elecciones, Ciudadanos ha jugado un papel más determinante al gozar de mayor protagonismo en esta Comunidad Autónoma de la mano de Inés Arrimadas.
Pese a los errores de campaña cometidos por Ciudadanos, Albert Rivera ha sabido venderse como alternativa, ha conseguido aglutinar el descontento y transmitir una confianza y seguridad que al PP le han faltado con todas las encuestas en contra. En los debates televisados días antes de las elecciones en TVE y Atresmedia, pudo comprobarse el perfil bajo de Casado frente al líder de Ciudadanos que, pese a pecar de excesivo, supo imponerse como protagonista de la derecha.
La continuidad de Casado y el futuro del PP
Con estos datos, el Partido Popular debe someterse a un intenso examen. De ser uno de los históricos partidos de la democracia de España ha pasado a salvarse por poco de convertirse en la tercera fuerza. La época del bipartidismo ya acabó y el diálogo se hace fundamental en los tiempos que corren. Es positivo que surjan más opciones en la derecha, pero no lo resulta tanto si estas compiten por ver quién es más radical.
El camino tomado por Pablo Casado, a juzgar por los resultados, no ha sido el adecuado. La moderación era una de las señas de identidad del PP, lo que les hizo arrasar en épocas pasadas. La directiva del partido ya ha anunciado que siguen confiando en su presidente. El problema es que los españoles ya no confían en ellos ni lo consideran una alternativa estable. Los conservadores han de revisar su estrategia, olvidar (y condenar) los discursos radicales y empezar a mirar al futuro. Solo así se ganarán el apoyo y el respeto perdido.