Se trata de uno de los casos más polémicos y con mayor trascendencia social de los últimos años. La presunta violación a una joven perpetrada por el grupo de chicos conocido como 'La Manada' ha generado multitud de debates tanto en redes sociales, como en portales digitales, en la televisión, en la radio y lo que es más importante: en la calle. Todos nosotros nos hemos visto en la potestad de argumentar a favor o en contra del testimonio de una chica que afirma haber sido violada entre cinco hombres.
Este caso ha sacado, sin duda, lo mejor y lo peor del ser humano. Mientras que multitud de personas salían a la calle en numerosas manifestaciones para apoyar a la presunta víctima, otras tantas aceptaban como argumento exculpatorio el hecho de que la joven no diera en su momento un "no" explícito como respuesta, o intentara volver a la normalidad en su rutina diaria sin mostrar públicamente las consecuencias psicológicas que se desprenden de una agresión sexual como esta.
Al mismo tiempo, grupos organizados no han tenido reparos en difundir las fotografías de los presuntos autores antes de haber sido juzgados, mientras que otros han preferido culpabilizar a la chica por estar "demasiado borracha" en el momento de los hechos. En definitiva, un sinfín de despropósitos que no hacen otra cosa que echar más leña a un fuego que arde ya demasiado. No obstante, hay una manera de reconducir, desde la opinión pública, todo este asunto.
Las dos principales premisas
Para ello hay que partir de dos premisas fundamentales que han de respetarse siempre, sin «peros», en circunstancias como esta. La primera de ellas es muy sencilla: hay que proteger siempre a las mujeres que denuncian haber sufrido acoso, una violación, una agresión sexual o cualquier tipo de violencia de género. Porque, por desgracia, las mujeres todavía tienen que lidiar día a día con una sociedad machista que no se lo va a poner fácil. Las consecuencias físicas y psicológicas de sufrir una situación así hacen todavía más complicado el proceso judicial que se desprende de una primera denuncia.
Cuestionar a la presunta víctima es uno de los mayores errores que puede cometer la opinión pública. Este tipo de mujeres ya van a ser duramente cuestionadas en un juzgado, porque son los juzgados los encargados de descubrir si mienten o dicen la verdad.
La segunda premisa no es otra que respetar la presunción de inocencia del denunciado. Puede parecer algo contradictorio con lo expuesto anteriormente, pero no lo es. Existe una fórmula para casar ambas premisas: uno puede apoyar a una mujer que denuncia ser víctima de algún tipo de violencia de género sin necesidad de juzgar de antemano al acusado. O, al menos, no hacerlo antes de ser condenado.
Nuestro trabajo como sociedad será el de acompañar a la víctima en el proceso. Es incluso un deber, es nuestra responsabilidad como ciudadanos hacer que las personas que denuncian este tipo de actos se sientan parte de una sociedad que las escucha, las respeta y las apoya. Pero no somos jueces. Porque los presuntos culpables también son nuestros vecinos, nuestros amigos y nuestros familiares. Y, como sociedad, tampoco nos hacemos ningún favor tachando a nadie de violador o de maltratador antes de ser juzgado. Cada uno de nosotros tendremos nuestra propia opinión personal. Es casi imposible no hacer un juicio personal sobre lo sucedido y decidir a quién nos vamos a creer y a quién no. Pero sí se puede fabricar el juicio mediático del que seremos partícipes.
Estas dos premisas, que parecen tan incompatibles entre sí, son la base de nuestro Estado de Derecho que garantiza, por un lado, la atención necesaria a las mujeres que se sientan víctimas de un delito. Pero, al mismo tiempo, concede el beneficio de la duda al denunciado y se le avala una defensa digna. Pensándolo bien todos querríamos ambas garantías en caso de vernos implicados, algún día, en alguna de las dos partes.
Pero... ¿qué pasa si la víctima miente?
Las denuncias falsas en este tipo de delitos ocupan un porcentaje tan mínimo que no se estudian como un fenómeno relevante. Es decir, en una gran mayoría de los casos no ocurre, pero sí, existe la posibilidad de que la denunciante mienta. ¿Habremos cometido un error al apoyarla? No. Nuestro deber era hacerlo, porque también cabía la posibilidad de que dijera la verdad, y haberle dado la espalda o haberla cuestionado sí habría sido un verdadero error muy difícil de subsanar.
La forma más idónea de apoyar a una presunta víctima es justamente así: no darle la espalda, no cuestionarla. No hace falta cargar contra el presunto agresor, no hace faltar incumplir la segunda premisa. Uno puede preservar siempre su presunción de inocencia sin necesidad de abandonar a la denunciante. Se trata de un equilibrio que, una vez logrado, será síntoma de una sociedad saludable.