La represión franquista incluyó una de sus peores caras en los campos de concentración. Centros de tortura y trabajos forzados donde los represaliados políticos no tenían ningún tipo de derecho y que funcionaron desde la etapa posterior al golpe de estado hasta la década de 1960.
El periodista Carlos Hernández cifra un total de 296 campos en toda España (incluyendo los protectorados que entonces formaban parte del país) en su libro 'Los campos de concentración de Franco'. El número total de víctimas se estima entre 700.000 y un millón, que sufrieron hambre, torturas, enfermedades, muerte; aunque en sus casos no ha habido una verdadera reparación y los campos no se mantienen como lugar de memoria o reparación de las víctimas.
Los cálculos de víctimas, no obstante, son complicados, puesto que es imposible saber realmente cuántos asesinatos se produjeron porque en muchos casos no había registros. Tan solo hay 15 campos de concentración en los que se han podido realizar investigaciones en los que se calculan entre 6.000 y 7.000 muertos.
Los campos estaban repartidos por todo el territorio. El primero de ellos se abrió en la ciudad de Zeluán, en el antiguo Protectorado de Marruecos, el 19 de julio de 1936. La mayoría de ellos se concentraron en Andalucía y el último fue cerrado en Fuerteventura a finales de la década de 1960.
Los presos que habían sido encerrados no tenían acusaciones formales ni habían sido juzgados. Era, principalmente, combatientes republicanos, también militantes de izquierda o personas que habían ejercido algún cargo político durante la república y que habían sido capturados posteriormente.
La media de internamiento era de 5 años, una especie de "castigo y reeducación" en la dictadura. Algunos campos tenían la estética de los alemanes, con barracones; mientras que otros se habilitaron directamente en plazas de toros, conventos o centros deportivos, muchos de ellos hoy reutilizados sin ningún tipo de alusión a lo que allí sucedió.
Tres grupos de prisioneros: forajidos, hermanos forzados y desafectos
Al llegar al campo de concentración, el personal del campo siempre se dedicaba a realizar una tarea de selección de los prisioneros para valorar cuál sería su próximo destino. Cada uno de ellos era investigado y. a partir de ahí, era incluido en una de tres categorías: forajidos, hermanos forzado o desafectos.
El peor destino era el de los forajidos. El régimen consideraba que eran ciudadanos irrecuperables para la sociedad franquista, por lo que generalmente iban a juicio y se decretaban largas penas de cárcel (si había suerte) o la pena capital. En el caso de los hermanos forzados, se consideraba que eran simpatizantes del régimen que habían cometido delitos porque habían sido obligados a combatir en el bando republicano. En el caso de los desafectos, el régimen valoraba que habían participado con los republicanos, pero no tenían una ideología firme y que, por tanto, podían ser maleables para ser reincorporados a su modelo de sociedad.
Los desafectos fueron los que llenaron los campos de concentración, realizando la gran mayoría de los trabajos forzosos. El régimen les sometía a duras tareas, como la reconstrucción de pueblos, mientras les sometía a torturas físicas y psicológicas; así como un lavado de cerebro continuo. Cantar el 'Cara al Sol', ir a misa diaria y conocer los preceptos del régimen era fundamental para cambiar su ideología. Todo esto se unía a hambrunas y falta de higiene que llevaba a epidemias de tuberculosis o tifus, con grandes mortalidades.
Los campos, en general, estaban destinados a hombres, aunque había algún grupo de mujeres en alguno determinado como en Cabra. La comparación con los campos alemanes está ahí, aunque el exterminio planificado como el ejecutado en lugares como Auschwitz no se llevaba a cabo y el sistema era más caótico y heterogéneo. Todo dependía también de cada oficial, cuyo carácter podía ser más o menos sanguinario.
La falta de memoria sobre estos campos de concentración y la falta de supervivientes abre la veda sobre cómo se gestionó el asunto de la memoria histórica y si es necesario dar una vuelta a la manera en la que un país afronta su pasado, sobre todo, para no repetirlo.