Argelia vive su particular Primavera Árabe prácticamente una década después que el resto de países de su entorno. Aquellas movilizaciones, que estallaron en 2011, sirvieron de inspiración para los indignados del 15-M y consiguieron acabar con el baathismo, el panarabismo socialista árabe, heredero de los procesos desconolonizadores, que había dominado la región con dictaduras como las de Gadafi en Libia o Ben Alí en Túnez.
Situando contexto, aquellos movimientos alcanzaron derroteros muy diversos. El único éxito se ha registrado en Túnez, que se ha alzado como un referente democrático para el mundo árabe con pasos como la elaboración de una constitución de corte laico, la legalización de asociaciones de ateos o la redacción de una ley contra la violencia de género; aunque aún tiene mucho camino por recorrer en materia de derechos LGTBI. El resto ha terminado en guerras y problemas enquistados en el tiempo: Libia es un estado fallido tribal, Egipto lucha por alcanzar la estabilidad tras varios conatos de conflicto y Siria se está desangrando con una guerra civil que parece que terminará manteniendo al dictador en el poder.
Mientras tanto, en el Norte de África, tan solo Marruecos y Argelia se han mantenido en cierta medida al margen. Dejando de lado las particularidades de Rabat (con un rey que ejerce como líder religioso), Argelia se ha mantenido gobernado con una de las dictaduras más efectivas: aquella capaz de aparentar democracia.
El régimen de Abdelaziz Buteflika, líder del Frente de Liberación Nacional, se ha sustentado tradicionalmente en los siguientes pilares: el recuerdo reciente guerra de independencia de Francia, el miedo a las milicias del Frente Islámico de Salvación (una organización terrorista y fundamentalista inactiva desde 1999) y la celebración de elecciones, que han mantenido al presidente durante dos décadas en el poder.
El punto de inflexión: las manifestaciones frente a las elecciones del 18 de abril
La última victoria electoral de Buteflika se produjo en 2014. En aquellos comicios, el líder del Frente de Liberación Nacional apenas apareció en público. Las dudas sobre su estado de salud han sido constantes y han ido creciendo con el paso del tiempo.
Sin embargo, la indignación social ha estallado realmente en las últimas tres semanas. Las movilizaciones, principalmente convocadas a través de redes sociales, pedían que el presidente de 82 años no se presentara a un quinto mandato en las elecciones programadas para el próximo 18 de abril. El presidente mientras tanto, pasaba dos semanas ingresado en el Hospital Universitario de Ginebra para someterse "a un control rutinario", según el Gobierno.
Los conatos de tensión se han repetido durante días y alcanzaron su punto álgido el pasado 22 de febrero, con las declaraciones de Ouyahia, secretario general de Reagrupación Nacional para la Democracia, principal aliada del presidente, primer ministro y miembro destacado del régimen. En tono amenazante y ante los medios, llegó a decir lo siguiente sobre las manifestaciones: "El Estado ya ha probado en el pasado que puede controlar las calles". Con ello, decenas de miles de personas se movilizaron y regalaron flores a los policías que intentaron frenar las protestas. Y, ante ello, Ouyahia respondio: "La Guerra de Siria comenzó del mismo modo".
¿Un cambio de régimen desde dentro?
Todo el mundo sabía que los problemas de salud impedirían que Buteflika no se presentase a la reelección. Pero su salida tiene gestos que, parece, se encaminan hacia una Transición a un régimen democrático con mayores garantías.
Los guiños a los manifestantes han sido continuos y han llegado con la dimisión forzada de Ouyahia, de 67 años. En una carta atribuida a Buteflika tras su regreso, el presidente ha renunciado a su reelección, ha aplazado los comicios y ha asegurado que ha "seguido los últimos desarrollos" y ha comprendido "las motivaciones de numerosos compatriotas".
Lejos de la retórica bélica de los días previos, la misiva incluía la intención de emprender "importantes cambios en el Gobierno". Sin embargo, el Ejecutivo ha negado el visado a varios periodistas de medios destacados en unas jornadas claves en el país más grande del norte de África. Tampoco hay constancia sobre quién gobierna realmente y cuál es el estado de salud real del presidente, que pasa demasiado tiempo hospitalizado en centros por "controles rutinarios de salud".
Un régimen sin apoyos
El régimen de Buteflika estaba perdiendo apoyos a pasos agigantados. El sindicato mayoritario en la Administración y las organizaciones de antiguos combatientes estaban apoyando la huelga e incluso el Gobierno se estaba viendo obligado a decretar días libres para minimizar el impacto de las convocatorias.
Todo ello también ha hecho mella en el jefe del Ejército, Ahmed Gaid Salah. En tan solo unas semanas ha pasado a agitar el recuerdo de la guerra, a garantizar que el Ejército colaborará plenamente en la transición. Por otro lado, habrá que comprobar qué sucede con Said Buteflika, el hermano pequeño del presidente (61 años) que muchos consideran como líder en la sombra a pesar de no contar con ningún tipo de cargo institucional.
El desarrollo de los acontecimientos a partir de ahora será vital para, en la medida de lo posible, garantizar una transición ordenada para un régimen blando que ha gobernado el país durante 20 años y que no cuenta con apoyos para mantenerse. Un gigante con pies de barro.
El futuro de Argelia y el espejo de Túnez son muy importantes para la región. La creación de referentes podrían inspirar a países como Egipto o Libia a recomponerse y encontrar un camino de futuro.