La Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos es uno de los puntos más sagrados para los sectores conservadores del país. Es la que prácticamente desregula el uso de armas en la población, en uno de los países con mayor armamento por persona (y sin contar con ningún conflicto armado declarado).
El problema de todo ello se encuentra en que, al igual que sus padres, los menores de edad aprenden desde pequeños a utilizar las armas sin ningún tipo de problema. Y, teniendo en cuenta que los niños no cuentan con la misma madurez de un adulto (afirmación, por otro lado, bastante obvia), todo se traduce en una alta tasa de mortalidad infantil por este asunto.
Estamos hablando de un total de 1.300 niños menores de edad que están falleciendo cada año por armas de fuego en Estados Unidos. Entre 2012 y 2014, hasta 5.790 niños fallecieron antes de tiempo por esta causa. Así, si hacemos cuentas, llegaremos a la simple conclusión de que cada año están muriendo 25 menores a la semana.
La situación es tan alarmante, que uno de los informes que ha publicado la revista Pediatrics, un medio que se dedica a analizar la situación de los menores en el país nortamericano, ha llegado a la conclusión de que las armas de fuego ya constituyen la tercera causa de mortalidad infantil por detrás de las enfermedades y los accidentes de tráfico.
El problema, en este caso, es que todo se podría evitar incidiendo en la regulación de las armas, con una normativa más similar a la que se mantiene aprobada en otros países como España o Canadá, donde las muertes infantiles por este tipo de casos son completamente anecdóticas.
Sin embargo, la gran presión que ejercen los sectores más conservadores del Partido Republicano sobre el Gobierno de Donald Trump (y sobre todo, la propia postura del presidente), antojan esta solución, prácticamente, como inviable.
Así, en Estados Unidos comienzan a ser normales noticias tan increíbles como que un niño de cuatro años se dispare a sí mismo con una pistola durante una mañana de un domingo con el arma de sus padres, una noticia que en España levantaría ampollas.
U otra noticia de un niño de ocho años que recibió un disparo en el cráneo cuando dormía en el asiento trasero del coche de su madre, y que terminó derivando en un cruento tiroteo en el que se vio involucrado el menor malherido. Noticias que allí son completamente normales, que forman parte de la cotidianidad, y que aquí abrirían portadas sin dudarlo.
Falta de precaución
A pesar de que la actual legislación norteamericana prohíbe expresamente la venta de armas a menores, la ley no contempla que éstos deban de tener restringido el acceso a las pistolas, metralletas o escopetas que puedan almacenar sus padres en casa. A excepción de Massachusetts, que obliga a que el armamento se almacene bajo llave y con el seguro puesto.
En el resto de territorios de Estados Unidos, los menores tienen la posiblidad de acceder al armamento sin ningún tipo de cortapisa. Si en un descuido de los padres, el pequeño se dedica a coger el fusil creyendo que se trata de un juguete, las consecuencias pueden ser muy traumáticas.
Y a pesar de la gravedad de la situación, la política del actual presidente Donald Trump parece que no va a ir enfocada en poner coto a este problema. El magnate es un firme defensor de la Segunda Enmienda, y de continuar en la desregulación de las armas.
Los profesionales, atendiendo a las estadísticas, ya han considerado este problema como un asunto de salud pública. Se están registrando muchos suicidios y asesinatos que podrían evitarse con un mayor control de las armas. Nadie quiere actuar. Y mientras tanto, la inseguridad continúa creciendo en las calles.