Érase una vez una criada que pasaba sus días fregando el suelo al ritmo de Camela. Una criada que, desafiando al mundo de la magia y la fantasía fílmica, aguantó toda su vida siendo criada, porque en la vida real los príncipes no organizan guateques para conocer a la próxima soberana del país. En la vida real los príncipes se casan con la presentadora del telediario, viven felices y comen perdices con un viejo amigo imputado en el escándalo de las tarjetas black. En este reino no tan lejano, las carrozas de calabaza son vagones de metro que huelen a Doritos y los ratones que transmutan en briosos corceles y elegantes cocheros son, simplemente, ratones. La versión del cuento de hadas va cambiando progresivamente a medida que nuestra edad aumenta y nos chocamos de pleno con la triste y dura realidad.
La tarta de princesas, azúcar, perdices y mucho caramelo que vendían las clásicas películas Disney ha terminado siendo una magdalena mohosa que ha destruido los sueños infantiles. Porque, aunque no queramos creerlo y nos aferremos a esos años de inocencia infinita, la realidad es un poco diferente a aquel mundo de color y fantasía que recordamos. A mí, al menos, me han engañado.
1 No atraigo a animalitos silvestres cuando canto
A veces me pongo a cantar en casa y no pasa nada. Según las enseñazas Disney, deberían acercarse a mí pequeños y gráciles seres del bosque, acompañándome a los coros como un musical muy bien improvisado, pero no viene nadie. A veces abro las ventanas de par en par por si acaso quiere entrar alguna paloma, pero lo único que suelo atraer es a vecinos aporreando la pared.
2 Ningún pájaro me ha hecho nunca la cama
Cenicienta, no contenta con despertarse con la permanente intacta, tenía la suerte de tener de sirvientes a unos cuantos pájaros que le doblaban las sábanas y mullían los cojines. Yo nunca he podido esclavizar a ningún pájaro para que me saque las sábanas limpias o me pliegue el pijama. Ni a un par de ratones con camiseta del Decathlon para que me preparen el desayuno. Supongo que no lo comería (son ratones, a saber qué han tocado), pero lo que importa es que tengan el detalle.
3 No pierdo el zapato, pierdo el móvil
Teniendo en cuenta que en este momento de mi vida no puedo permitirme un zapatito de Swarovski, nunca he perdido ningún tipo de calzado de cristal de fiesta por Malasaña.Y mucho menos al día siguiente tenía a un príncipe con unas Dr Martens esperando en la puerta de mi casa. Lo más parecido a esta mágica y maravillosa experiencia ha sido perder el móvil y no volver a tener noticias suyas en todo el reino.
4 Mi príncipe es el reponedor de Mercadona
La Bella Durmiente salía descalza y grácil por el bosque a recolectar moras mientras cantaba y bailaba y, por sorpresa, se encontraba con el príncipe, que estaba por ahí cazando elefantes. En la vida real, sin embargo, lo más parecido que me ha pasado es ir tarareando la canción del Mercadona mientras hago la compra y que aparezca el reponedor encantado. Como el héroe que es, me bajó la leche de la estantería de arriba a la que yo no llegaba.
5 Los seres inanimados son inanimados
Las alfombras no vuelan, los muebles no hablan, la cocina no te prepara la comida sola como si estuviera Chicote escondido dentro, los genios no conceden deseos (pero resuelven acertijos virales muy difíciles), tu padre no te va a convertir las aletas en piernas para que te vayas de fiesta con un niñato humano, los cangrejos no son tus mejores amigos y consejeros, y si te mueres no te despiertas con el beso de un extraño. Son cosas que, con la experiencia, vas aprendiendo.
6 Disney dice que la belleza está en el interior porque no tenía cuenta de Instagram
Instagram es esa preciosa red social en la que cada día estallan guerras civiles. Ver quién tiene el estómago más plano, la piel más tersa, el pelo más rosa, una tableta de chocolate digna de Milka o la imitación menos dramática del último peinado de Justin Bieber es el pan de cada día en la red social más vanidosa. A Bestia le habrían censurado la cuenta a los dos días.
7 Pocahontas hablaba inglés sin tener ni el First
John Smith y Pocahontas, tras un momento incómodo, comenzaron a entenderse sin problemas a pesar de proceder de dos culturas totalmente distintas. Pocahontas se manejaba perfectamente con el inglés sin necesidad de un B2. En la vida real, que te envuelvan unas hojas mágicas de un bosque encantado no suele ser suficiente para que te entienda el guiri que te ha preguntado por una calle.
8 No sé cortarme el pelo como Mulán
Va a la guerra a sustituir a su padre, tiene prisa, está alterada, pero le sale un corte limpio y perfecto con una espada. Las personas normales, al cortarnos el flequillo en casa, sufrimos más que al desconectar una bomba: las puntas quedan desiguales, la forma no es igual que la foto de la portada de la Cuore y el manejo de las tijeras viola varios acuerdos de paz de Naciones Unidas.
9 El Hada Madrina es Primark
Al menos es lo más parecido. Te consuela con ropa nueva y barata en un mal día, cuando te das cuenta de que no tienes nada que ponerte. Y, al igual que con Cenicienta, al final esa camiseta nueva desaparecerá a los pocos días tras un uso excesivo. Eso sí, sin dejar un reguero de purpurina y diamantes.