Philipp John Smith había sido detenido en 1996 por abusar sexualmente de un niño durante tres años y acosarle después de que el pequeño se mudase a otra ciudad. El currículum de Smith no se queda ahí: llegó a asesinar al padre del menor cuando este trataba de defenderle después de que el pederasta se colase en la casa.
Cuando fue condenado a cadena perpetua, Philipp comenzó a sentirse mal: era calvo y ello le generaba graves problemas de autoestima. Las autoridades penitenciarias decidieron ayudarle y le dieron un peluquín, para cortar su sufrimiento.
Lo que no sabían es que, a los dos años, su nuevo pelo le ayudaría a fugarse del país y huir a Brasil en medio de un permiso penitenciario. Su osadía solo duró tres semanas, y las autoridades decidieron que Smith ya no podría volver a gozar de su querido pelo artificial.
Los medios de comunicación y la sociedad en general comenzaron a mofarse de la peluca y la calva, mientras no comprendían cómo le atormentaba más el hecho de no tener pelo que el de haber abusado sexualmente de un niño durante tres años y haber asesinado a un padre que solo defendía a su hijo.
"Me he sentido totalmente rebajado, denigrado y humillado", ha declarado a la Alta Corte. El juez tuvo en consideración sus argumentos y consideró que "la libertad de expresión fundamental de Smith ha sido ignorada. Un derecho importante ha sido burlado", añadió.
Al parecer, la libertad de expresión también se extiende a acciones físicas como portar una peluca, más cuando tu máxima preocupación, repetimos, es quedarte calvo con un historial bastante turbio a las espaldas.
Por todo ello, el juez ha ordenado devolver la peluca a Smith, que dejará de ser oficialmente calvo en su prisión. Sin embargo, se quedará sin los 3.300 euros que pedía por, supuestamente, los daños y perjuicios que había sufrido.
Eso sí, deberá de permanecer 33 meses más en la cárcel por haberse intentado fugar durante el permiso penitenciario. Al menos tendrá un entretenimiento: peinarse.