A caballo entre Rusia y la Unión Europea, territorio de paso de los gasoductos que abastecen al Viejo Continente, Bielorrusia es uno de esos estados con gran interés internacional. Lukashenko lo sabe. Su gran posición geoestratégica hace que sea un caballo de batalla difícil de batir y su habilidad para jugar con la amplia baraja de cartas de la que dispone (tensar-destentar sus relaciones con el Kremlin cuando le conviene; cortar el paso energético, utilizar el blindaje ruso para sus intereses cuando hay sanciones desde Bruselas) forma parte de su fortaleza.
Este mandatario lleva instalado en el poder desde 1994 y, en gran medida, ha conseguido mantener un número importante de las estructuras de la antigua Unión Soviética, desaparecidas en el resto de estados tras la desmembración del gigante. La más característica es la temida KGB, que se mantiene como instrumento de represión y es la única agencia que mantiene el mismo nombre y estética en los países del antiguo bloque comunista.
Lukashenko proviene de orígenes humildes y asumió su primer puesto de mando en 1982, con la vicepresidencia de un koljós (granja estatal), desde la que ascendió al máximo cargo. Desde el primer momento se alzó como miembro del sector más conservador del Partido Comunista, siempre en contra de la Perestroika lanzada por Mijaíl Gorbachov, que bien es cierto que impidió crear grandes élites de terratenientes que copasen las empresas estatales (el reparto en determinadas naciones fue más que cuestionable) que, en otros países, terminaron privatizadas y en Bielorrusia se mantienen públicas.
El actual presidente bielorruso empezó a cobrar relevancia tres años después de la independencia del país del resto de la URSS cuando se presentó como candidato a las primeras elecciones libres. Su campaña tenía dos ejes fundamentales: luchar contra la corrupción y agitar la nostalgia hacia lo que representaba el antiguo régimen socialista.
Su campaña fue un auténtico éxito y arrasó en votos. Tras ello, llegaron dos referéndums en 1995 y 1996 que tuvieron como objetivo aumentar su poder ejecutivo y que trajeron, de paso, la vuelta de toda la simbología comunista al estado bielorruso. Se eliminaron todos los símbolos traídos con la democracia, como la bandera blanca y roja, retomada durante tres años (1991-1994) en memoria de la proclamación de la República Popular de Bielorrusia en 1918, que entonces tan solo duró un año.
Respaldo de Moscú
Sin embargo, el poder de Lukashenko no tiene sentido sin el respaldo de Moscú. Su régimen comenzó fraguando alianzas con Boris Yeltsin y las ha mantenido con Vladimir Putin. El interés del Kremlin de tener influencia en un país situado en el corazón de Europa ha llevado a ofrecer recursos con grandes intereses, unas prebendas que permiten a Minsk sostener un amplio sistema de protección social que, de otra manera, sería inasumible para su economía. Un sistema que es el verdadero garante de su poder y que se une a economía fuertemente estatalizada y planificada.
Lukashenko ha coqueteado en determinadas ocasiones con la unión de ambos países bajo un mismo estado, aunque cuando esta posibilidad ha estado cerca de materializarse, ha reculado y ha existido tensión entre ambos países.
Sin embargo, ha impulsado el ruso en el país y el acercamiento hacia Moscú frente a la "amenaza extranjera" occidental. Rusia también ha ofrecido a su Gobierno todo tipo de apoyo logístico y militar para garantizar su supervivencia en el poder, consciente de que Bielorrusia nunca mirará hacia Europa u Occidente bajo su mandato.
Manipulación de elecciones
Las denuncias de amaño electoral ya existen desde los comienzos de la década del 2000, especialmente en 2011. Lukashenko consiguió en aquellos comicios un resultado 'a la búlgara', con un 75% de los votos que le permitió mantenerse en el poder y siguió consolidándose eliminando el límite de mandatos en 2004. En 2006 fue reelegido con un 83% de los votos.
Todo esto se suma a las denuncias de represión por parte de los grupos opositores. Por si fueran 'pequeños' los porcentajes que consigue en los comicios, cabe destacar que las elecciones han tenido como rivales, tradicionalmente, a personas afines a sus postulados, mientras que los verdaderos opositores han sido encarcelados o han terminado exiliándose ante la represión a la que han sido sometidos por las fuerzas de seguridad.
La crisis de 2020
La 'excepción' -ponemos entre comillas- fue en 2020, cuando Lukashenko si permitió a una verdadera candidata opositora presentarse a los comicios. Se trata de Svetlana Tikhanovskaya, la única candidata que no había sido encarcelada. Cabe destacar que Lukashenko se cuestionó entonces: "Las mujeres no pueden presidir nuestro país".
Tikhanovskaya, cuyo marido estaba encerrado por el régimen, demostró el enorme apoyo que mantenía en la calle, algo que descolocó al Gobierno y terminó con una fuerte represión en las calles que quedó a la vista de la comunidad internacional. La UE impuso sanciones por estos hechos.
El mandatario vio amenazado su poder por primera vez. La dimensión internacional que alcanzaron las protestas hizo que alcanzaran grandes proporciones. Se estima que más de 20.000 personas fueron arrestadas durante los primeros meses, arrestos que en muchos casos fueron acompañados de violaciones de derechos humanos, torturas y vejaciones denunciadas por la Organización Mundial Contra la Tortura o Naciones Unidas.
Lukashenko finalmente ganó las elecciones y Tikhanovskaya tuvo que refugiarse en Lituania ante el horizonte que se le avecinaba.
La frontera con Polonia
Mientras que las sanciones de la UE no reculan y el régimen de Lukashenko lucha por legitimarse a cualquier costa, Minsk ha optado por la vía que ya emprendió el rey de Marruecos en el pasado para presionar a España en el conflicto con Argelia: la vía migratoria.
Ahora, Bielorrusia está fletando aviones con su aerolínea estatal, Belavia (entre otras), en los que embarca a personas que proceden de países en situación de conflicto, principalmente de Oriente Próximo y Medio, con el objetivo de que aterricen en territorio bielorruso.
Estas personas han llegado a vender sus viviendas para pagar el viaje bajo una serie de tarifas ofertadas por los intermediarios, según han explicado a diversos medios de comunicación. Cuando llegan a Bielorrusia, son alojadas en hoteles y, posteriormente, subidas a autobuses para ser trasladadas a la frontera. Allí, los soldados del régimen les aleccionan sobre cómo deben cruzar para llegar hasta el territorio de la UE saltando la valla y evitando la acción de los agentes de la frontera.
Con ello, Lukashenko está utilizando la crisis humanitaria vivida en terceros países para colapsar los recursos de primera acogida y generar un caos migratorio bajo una premisa: cesará cuando se ceda ante sus premisas.
Moscú ya ha colaborado, entre otros aspectos, con el envío de dos bombarderos estratégicos TU-22M3 de las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia para vigilar los bordes del territorio bielorruso que hacen frontera con la UE. La enésima pinza entre ambos países que evidencia intereses comunes y un desprecio hacia la democracia y los derechos humanos.