Un joven pescador de 21 años, de nombre Pardin, y natural de las Islas Banggai, encontró hace unos meses un extraño objeto en medio del mar mientras faenaba en el océano. Rápidamente, su forma y silueta le hicieron creer que se trataba de una persona inconsciente que se había ahogado en medio del mar.
Cuando consiguió alcanzarlo, descubrió que tenía ante él a una mujer de plástico que confundió con un ángel caído del cielo. Esta extraña conexión religiosa tiene como origen la cercanía en el tiempo de un eclipse solar y el hallazgo de la muñeca.
Lejos de dejar abandonado al mencionado ángel, decidió volver a tierra firme y anunciar el descubrimiento en Kalupapi, su pequeño pueblo. La madre del pescador fue la primera en comenzar a venerar a la muñeca, a quien vistió con una blusa y un hijab recién estrenados durante semanas.
El resto del pueblo conoció la noticia rápidamente. El ángel comenzó a visitar las casas de los vecinos y a ser adorado por ellos y vestido como si de una verdadera divinidad se tratase. El rumor corrió como la pólvora y, como suele ocurrir habitualmente, la historia se fue alterando de boca en boca. Se llegó a decir que, cuando Pardin encontró al ángel, a este le caían lágrimas de sus ojos de plástico.
La rocambolesca anécdota llegó a oídos de las autoridades locales. El jefe de policía de la zona, Heru Pramukarnoa, se desplazó hasta Kalupapi para desvelar el misterio. Aquel ángel caído del cielo se trataba, simplemente, de un juguete sexual: una muñeca hinchable.
En las zonas rurales del continente asiático es todavía muy frecuente que sus habitantes tengan una fortísima fe hacia lo sobrenatural, por lo que la confusión, pese a resultarnos divertida, ha supuesto todo un varapalo para los habitantes del pueblo indonesio.