El PP enfrenta una seria crisis interna tras el descalabro electoral sufrido el pasado 28 de abril. El partido se ha dejado por el camino la mitad de los diputados (de 137 a 66), pierden el Senado por primera vez en 20 años y solo consiguen la victoria en cuatro provincias.
Con un resultado tan precario, los ojos ahora se sitúan en Pablo Casado. El runrún interno está creciendo con el paso de los días hasta el nivel de que el secretario general, Teodoro García Egea, tuvo que salir al paso para señalar que Rajoy y Aznar perdieron en sus primeros comicios electorales.
La cercanía de las elecciones autonómicas y municipales de mayo han dejado en 'stand by' cualquier posible relevo de cara al público, pero todas las miradas internas ya se dirigen hacia los barones con mayor poder: el gallego Alberto Núñez Feijóo y el andaluz Juanma Moreno.
Ambos son los que actualmente cuentan con mayor poder territorial, pero cualquier movimiento podría abrir una auténtica guerra interna. Sobre todo en el caso del presidente andaluz, enemistado con Casado y fiel sorayo, pero sobre el que pesa un acuerdo de gobierno con VOX del que seguramente no se siente especialmente orgulloso.
El caso de Feijóo es distinto. El presidente gallego ha sabido nadar hábilmente entre todas las corrientes y goza de una excelente imagen interna. Su territorio ha sabido contener la derrota nacional, ha frenado rotundamente la llegada de VOX y ha conseguido parar la fuerte fragmentación del voto de la derecha. Y no podemos olvidar que se trata del único presidente autonómico que gobierna con mayoría absoluta.
Precisamente, el barón gallego ha sido el primero en mostrar sus cartas. En plena noche electoral, compareció para sacar pecho sobre los resultados del PP y el triunfo a la hora de conseguir que VOX no obtuviese ningún escaño por ningunearle. Es decir, volver al centro. Lo mismo que pide el líder del PP vasco Alfonso Alonso. O lo que pide Mariano Rajoy. O lo que pidió Ángel Garrido antes de su marcha. O lo que pide Margallo. O lo que pide Cospedal...
Reformas drásticas
Ese es el principal problema que valora toda la vieja guardia: el abandono del centro y la excesiva radicalización del partido. Según han confesado varios miembros de la anterior etapa y de distintas sensibilidades a múltiples medios, Casado se ha rodeado de gente demasiado derechizada, sin experiencia y sin capacidad de crítica.
El líder del PP sabía que la debacle iba a suceder (aunque no de manera tan acusada) y quería evitar un problema como el que Mariano Rajoy vivió con Esperanza Aguirre. De ahí el 'dedazo' sobre Isabel Díaz Ayuso y que el PP de Madrid lleve más de un año bajo una gestora sin esperanzas de convocar unas primarias para elegir líder.
Las reivindicaciones de esos sectores pasan ahora por dejar a Aznar en un segundo plano, descartar como asesores a personas especialmente conservadoras (como Isabel Benjumea) o polémicas (como Fernández Lasketty, artífice de la privatización hospitalaria en Madrid) y ofrecer una imagen céntrica de cara a la próxima macrocita electoral.
El interés del PP ahora pasa, antes que por conseguir un éxito en los comicios de mayo, por no ahondar en el derrumbe. Una pérdida de poder autonómico en plazas fundamentales como Madrid y, sobre todo, vivir el sorpasso de Ciudadanos en algunas autonomías, podrían suponer la estocada final.