De entre los siete sacramentos de la Iglesia Católica, hay uno que sobresale por su importancia en el mundo católico: la eucaristía. El momento en que, semanal y puntualmente, los fieles acuden a las iglesias a conmemorar la Última Cena de Jesucristo antes de ser traicionado y, posteriormente, ejecutado como sacrificio para la salvación del hombre.
Es, por ello, significativo que, pese a que 7 de cada 10 españoles se autodefinan como "católicos", apenas el 16% de éstos vayan a misa de forma regular. Y el número sigue decreciendo cada año en un país socialmente católico, como también lo hace el número de aquellos que realizan el sacramento del matrimonio: Desde 2009, los enlaces católicos se ven superados por los civiles.
Sin embargo, esta incongruencia no es aislada sino sintomática de un país, España, que sigue queriendo ser santo no practicante. Una muestra de ello es que entre los nombres más frecuentes de los recién nacidos en 2016 sobresalían las referencias bíblicas (Lucía, María, Daniel/Daniela, Martina, Sara, David o Diego estuvieron en el top 10 de nombres más puestos a los niños y las niñas nacidas el pasado año).
Otra muestra, ésta en el plano institucional, son las más de 200 vírgenes y cristos que ostentan un cargo honorífico en nuestro país, siendo 185 de ellos alcaldes o alcaldesas honorarias de algún municipio, algunos tan importantes como Cádiz, Valencia o Sevilla. Pero también hay tallas religiosas con condecoraciones militares, como las 16 figuras santas que fueron honradas con el cargo de capitán general, siendo las únicas (además del Rey) que pueden optar a tal honor.
Y no es de extrañar que el exministro Jorge Fernández Díaz (sí, aquel que tenía un ángel de la guarda llamado Marcelo que le ayudaba a aparcar) haya regalado condecoraciones a vírgenes durante sus años al frente de la cartera de Interior. De hecho, en lo que llevamos de siglo, 5 vírgenes han sido condecoradas por el Ejecutivo: todas ellas, durante gobiernos del Partido Popular.
Tan sólo dos breves oasis han borrado en España la confesionalidad del Estado desde el siglo XV, y nosotros vivimos en uno de ellos: La Segunda República acabó con quinientos años con el catolicismo como religión oficial en España, y la Transición hizo lo propio después de 40 años de dictadura "católica, apostólica, romana". Sin embargo, actos -simbólicos, sin duda- como estos, o como el revuelo que provocó la simple insinuación por parte de Pablo Iglesias de que, quizá, la retrasmisión del sacramento de la eucaristía por las televisiones públicas no era de recibo en un país aconfesional, nos recuerdan que aún formamos parte de un país hipócritamente aconfesional e hipócritamente católico en la misma medida.
Un país que condecora y honra a unas imágenes de las cuales el Éxodo (segundo libro de la Biblia) dice lo siguiente: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás". Y yo ya me sé de un ministro que acabará en el infierno.