"Algunos piensan que la política es cosa de los políticos: unos señores encorbatados que ganan mucho dinero y encarnan los privilegios. Si la gente normal no hace política, al final te la hacen otros y eso es peligrosísimo". Estas palabras cumplen diez años este 17 de enero de 2023. Son parte del discurso que pronunció el entonces profesor universitario y analista político en televisión, Pablo Iglesias, ante un centenar de personas en el Teatro del Barrio de Lavapiés. Un grupo de docentes y personas vinculadas a movimientos sociales lanzaba algo que, entonces, ni siquiera tenía forma de partido.
Podemos fue, en primer lugar, un proceso amplio para las elecciones europeas de aquel año, después un movimiento y, finalmente, un partido que estuvo a un paso de arrebatar al PSOE la hegemonía de la izquierda. Entró en el primer gobierno de coalición desde la vuelta de la democracia y hoy trata de rearmarse desde el Grupo Mixto en el Congreso, encontrándose en su momento más delicado.
Entre aquella gente dispuesta a mover ficha (así se llamaba el documento que sentó las bases de aquella incipiente candidatura) todo eran rostros desconocidos. Sin embargo, a día de hoy han pasado a formar parte de la historia política reciente de nuestro país: Juan Carlos Monedero, Íñigo Herrejón, Teresa Rodríguez, Miguel Urbán y la psiquiatra de la Marea Blanca, Ana Castaño. "Es evidente que los que estamos aquí somos de izquierda, se nos nota. Pero lo que estamos diciendo va mucho más allá de etiquetas ideológicas. Hay que defender la decencia, la democracia y los derechos humanos", sostenía Iglesias. Tan solo cuatro meses después, el 25 de mayo, esas personas (y algunas más) celebraban un éxito sin precedentes: 1,2 millones de votos y cinco eurodiputados.
El momento
Aprovechar el momento de desbordamiento, así llamaban sus integrantes a esta coyuntura. Esta era la inercia que movió entonces a ese grupo inicial de politólogos y activistas a seguir dando pasos hacia la construcción de un movimiento político más amplio. No valía con quedarse con esos cinco eurodiputados, la herramienta que tenían entre manos era muy potente. Sin embargo, la heterogeneidad de sus integrantes ya había comenzado, incluso antes del minuto inicial, a generar discrepancias políticas y estratégicas que marcarían para siempre la historia de Podemos.
Primero, la disputa entre el grupo promotor formado por Iglesias, Errejón, Luis Alegre y Carolina Bescansa, y el sector anticapitalista formado por Teresa Rodríguez y Miguel Urbán. Después, la pugna entre la visión de Errejón y las tesis de Iglesias, que se materializaría con el pacto con Izquierda Unida para las generales de 2016.
Pero este desbordamiento llegó y fue mucho más grande de lo que seguramente ellos pensaban en aquel momento. Primero fueron las confluencias con partidos aliados que abrieron la puerta de los ayuntamientos al cambio, además de la entrada en parlamentos autonómicos de toda España. Después, los dos procesos generales que consolidarían a Podemos y sus confluencias como tercera fuerza política del país. En diciembre de 2015 alcanzaron 69 diputados y 5,2 millones de votos en un momento en que el bipartidismo había saltado por los aires. En junio, Unidas Podemos, la alianza con IU, En Comú, En Marea y A la valenciana, se quedaron a 400.000 votos del PSOE.
"Hay una cosa curiosa. En Podemos se habla de los resultados, pero no se recuerda que la marcha del cambio es la mayor movilización política que ha protagonizado un parido desde la Transición", apuntaba Rafa Mayoral, una de las principales caras de Podemos, que hace apenas unas semanas dio un paso al lado y dejó su sitio en la dirección. Mayoral no entró en el partido desde el principio, se incorporó después de las europeas, cuando la formación empezaba a crecer y necesitaba cuadros.
Mayoral habla de aquella movilización como uno de los elementos que caracterizaba a un partido nuevo, que acababa de nacer, pero que aportaba unos mecanismos innovadores para el resto de partidos. "Aquello de las primarias, que la militancia decidiese. Esos mecanismos permitieron que el PSOE no gobernase con Albert Rivera. Nosotros no les íbamos a dar un pavo a los bancos y la gente iba a decir las cosas", explica. Podemos no solo irrumpía en el tablero político, también lograba cambiar los marcos discursivos en los medios de comunicación, instalaba términos como "casta" o la "hegemonía" gramsciana. Conseguía que la conversación mediática y política girase en torno a sus propuestas.
De las diferencias a la ruptura
Mientras eso sucedía, mientras el partido entraba en los parlamentos y descolocaba al "régimen del 78" con sus nuevas formas, las diferencias estratégicas marcaban la construcción de un proyecto político concreto. El núcleo promotor ganaba la primera Asamblea Ciudadana y empezaba a construir, en contra del sector anticapitalista, lo que se llama la "máquina de guerra electoral". Esa herramienta respondía a la necesidad, teorizada entre otros por Errejón, de llevar a cabo una táctica de guerra relámpago. Una estructura mucho más verticalista, que diera mucho poder al sector dirigente para tomar decisiones ágiles para rentabilizar los resultados en los comicios de aquellos primeros dos años.
Las diferencias internas, estratégicas o ideológicas, además de las rivalidades personales y, seguramente, los egos, provocaron unas heridas que poco a poco se fueron volviendo insanables entre el sector Iglesias y el de Errejón. Aquella pugna cristalizó en Vistalegre II, en la segunda Asamblea Ciudadana del partido, en 2016. El sector 'pablista' ganó y sus posiciones salieron reforzadas. Iglesias cedió a Errejón el control de la candidatura para las elecciones autonómicas del siguiente ciclo pero, aquel premio de consolación no sería el final de la disputa.
En 2019, el ahora diputado de Sumar, aprovechaba el tercer aniversario de Podemos para pedir en una carta una movilización políticas para esas elecciones, pero no con su partido, sino con la plataforma política de la entonces alcaldesa madrileña, Manuel Carmena. Fue el punto de inflexión que derivó en la ruptura definitiva del politólogo con el partido que ayudó a fundar.
El primer paso para "asaltar los cielos"
Como sabemos, Podemos ha construido todo un relato en los últimos años alrededor de su paso por el Gobierno de coalición. La llegada de Unidas Podemos a ese ejecutivo en 2019 se produjo después de dos repeticiones electorales en las que mucha gente daba por muerta al partido, que contradijo a los agoreros y aguantó primero con 42 escaños y, después, con 36.
En estos años, Podemos no solo tuvo que lidiar con las contradicciones de entrar en un ejecutivo con el PSOE, sino que también con las incógnitas a partir de la decisión de Iglesias de abandonar el partido. La respuesta a ese problema fue tajante: Yolanda Díaz, persona que no formaba parte del partido y que terminó articulando una plataforma al margen de él, Sumar. A partir de este momento, pasaría a liderarlo Ione Belarra.
Acoso
Todas esas dificultades en la interna vinieron precedidas de un acoso judicial y mediático contra el partido. Este fue propiciado por parte de la derecha y la ultraderecha, sin precedentes. Con causas fundadas en investigaciones policiales sin base, o acusaciones infundadas de financiación irregular que sufrieron desde el propio Iglesias hasta Juan Carlos Monedero.
Las europeas de 2024, ¿el momento del rearme?
La ruptura con Sumar vuelve a enseñarle a los morados un camino en solitario y quieren caminarlo con Irene Montero a la cabeza. La exministra de Igualdad tiene que ganar todavía las primarias en esa carrera, pero aspira a sentarse en Bruselas y Estrasburgo durante la próxima legislatura. Como en 2014 para su primer impulso, los morados se toman las europeas como un punto de inflexión para revivir políticamente. Todavía se tienen que conformar las listas, pero no es descartable que la formación apueste por ubicar en ellas a quienes, en su momento, ocuparon puestos de relevancia, como podría ser el caso de la exalcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
Medir fuerzas, adquirir visibilidad y nueva financiación para tratar de volver a "asaltar los cielos". Creen que sí se puede. Algunos consideran que ya es una causa perdida. Otros recuerdan que, en su momento, también hubo agoreros del pesimismo y que sí se pudo.